No hay hombre valiente que nunca haya caminado cien kilómetros. Si quieres saber quién eres, camina hasta que no haya nadie que sepa tu nombre. Viajar nos pone en nuestro sitio, nos enseña más que ningún maestro, es amargo como una medicina, cruel como un espejo. Un largo tramo de camino te enseñará más sobre ti mismo que cien años de silenciosa introspección.
Os contaré la historia Sobre Jax, un niño que hace mucho tiempo y muy lejos de aquí, se enamoró de la luna.
-¿Qué es eso?
-Eso es la luna- contestó
- Creo que eso si me haría feliz.- dijo Jax
Se puso los anteojos y echó a andar por el camino en dirección a la luna. Caminó toda la noche, y solo paró cuando la luna se perdió de vista tras las montañas.
Y jax caminó un día y otro, buscando sin descanso…
No le costó mucho seguir la luna porque en aquella época la luna estaba siempre llena. Colgaba en el cielo, redonda como una taza, reluciente como una vela, inalterable.
Jax caminó días y días hasta que le salieron ampollas en los pies. Caminó meses y meses soportando el peso de sus fardos. Caminó años y años y se hizo alto y delgado, duro y hambriento.
Cuando necesitaba la comida, la cambiaba por algún artículo que encontraba en sus fardos. Lo mismo cuando se le gastaba la suela de los zapatos. Hacía las cosas a su manera, y se volvió listo y astuto.
Y entretanto, Jax pensaba en la luna. Cuando creía que ya no podía dar ni un paso más, se ponía los anteojos y la contemplaba, redonda, en el cielo. Y cuando la veía notaba un lento estremecimiento en el pecho. Y con el tiempo empezó a pensar que estaba enamorado.
El camino ascendía y ascendía. Se comió el último pan y el último queso que le quedaba. Se bebió hasta la última gota de agua y de vino. Caminó varios días sin comer ni beber, y la luna seguía creciendo en el cielo nocturno.
Cuando empezaban a fallarle las fuerzas, Jax remontó una cuesta y vio a un anciano sentado junto a la entrada de una cueva. Tenía una larga barba gris y llevaba una larga túnica gris. No tenía pelo en la cabeza ni calzado en los pies. Tenía los ojos abiertos y la boca cerrada. El rostro del anciano se iluminó. Se levantó y sonrió.
-¡Hola, hola! – lo saludó con su clara y hermosa voz. Te encuentras muy lejos de todo, ¿Cómo está el camino?
-Largo. –contestó. Y duro y cansado.
El anciano invitó a Jax a que se sentara. Le llevó agua, leche de cabra y fruta. Comió con avidez, y luego ofreció al hombre a cambio un par de zapatos nuevos que llevaba en el fardo.
-¿Qué haces aquí, tan lejos de todo?
- Encontré esta cueva mientras perseguía el viento- contestó el anciano. Decidí quedarme porque este lugar es perfecto para lo que yo hago.
- ¿Cómo te llamas? Si no te molesta que te lo pregunte…
-No, no me molesta siempre que a ti no te moleste que no te conteste- repuso el anciano. Si tuvieras mi nombre, si consiguieras atrapar aunque solo fuera un trocito de él, tendrías poder sobre mí.
Jax se marchó a la mañana siguiente, siguiendo a la luna por las montañas- Subió a la parte más alta y se llevó la flauta a los labios.
Tocó una dulce canción bajo un firmamento despejado. No era un simple trino de pájaro, sino una canción que salía de su corazón roto. Era triste e intensa.
Al oírla, la luna descendió. Pálida, redonda y hermosa. Entonces hablaron. La luna escuchaba, reía y sonreía.
Pero al final se quedó mirando el cielo con nostalgia.
Él sabía qué significaba aquello.
-Quédate conmigo- suplicó. Solo puedo ser feliz si eres mía.
- Debo irme, el cielo es mi hogar.
- Te he ofrecido tres cosas- replicó. Si quieres irte ¿por qué no me ofreces tres cosas a cambio?
-Pídeme y yo te daré.
-Primero te pediría una caricia de tu mano.
-Una mano estrecha la otra, y te concederé lo que me pides.
Estiró un brazo y lo acarició con una mano suave y fuerte.
-Después te suplicaría un beso.
-Una boca saborea la otra, y te concederé lo que me pides.
Su aliento era dulce, y sus labios, firmes como una fruta. Aquel beso le cortó la respiración y en su boca asomó un amago de sonrisa.
-Y ¿cuál es tu tercera petición?- preguntó la luna.
-Tu nombre- suspiró Jax. Así podré llamarte.
-Un cuerpo…-empezó la luna. ¿Solo mi nombre?
La luna se acercó más y le susurró al oído: - Ludis
Jax sacó la cajita negra de hierro, cerró la tapa y atrapó el nombre de la luna.
-Ahora tengo tu nombre- dijo con firmeza. Así pues, tengo dominio sobre ti. Y te digo que debes quedarte conmigo eternamente, para que yo pueda ser feliz.
SED FELICES