El hombre es el único animal que necesita escribir su historia para poder recordarla. Cuando nace no sabe absolutamente nada. Moriría si no aprendiera a vivir. La raza humana es la única en la naturaleza que no transmite ninguna información innata que vaya más allá de lo puramente genético. Carece de auténticos instintos. No durará mucho.
Porque... ¿quién escribe la historia? Nunca los vencidos, los despojados, los sometidos. Por eso, por ejemplo, las guerras - cuando acaban y pasa el tiempo - dejan en la memoria colectiva un poco en el que se adivina el inconfundible y dulce sabor de la victoria: esfuerzo con recompensa, sufrimiento con premio, dolor que termina, que se olvida.
¡Qué distinta hubiera sido la historia de la humanidad si solo se hubiera escuchado a los perdedores!
Tampoco escribimos la historia los ignorados, los que no existimos, los que no tenemos voz, los que, en definitiva, no contamos. Y me incluyo porque la mía es una de esas historias que escribirán otros. No contarán lo que sentí cuando perdí a toda mi familia, cómo se quebró mi espíritu, ni como lloré la pérdida de todos mis amigos. Nadie hablará del dolor de los míos, del miedo.
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